Descubriéndonos (Capítulo 5)

Y así llega marzo. Andy estaba muy concentrado en sus prácticas a pesar de que este año no tendría torneo, por esta razón solo lo veía al estar en el cuarto y en el club de ajedrez.

Para mi gran alegría, la Monse se venido a estudiar al internado, sus padres se habían separado y ella no quería esta con ninguno de los dos, así que decidieron internarla, conversaron con el director, y él accedió solo por el año. Tendría una pieza solo para ella. Una tarde fuimos a dar un paseo y nos acostamos bajo la sombra de un gran árbol.

– Es genial estar contigo, Monse…    

– Lo mismo digo- y me abrazo fuertemente. Entonces nuestras miradas se cruzaron, era mi oportunidad de besarla, pero justo cayó un libro.      

– ¿Andy? – dije               

– Hola Andy- dijo la Monse       

– Lamento molestarlos, no quise escuchar ni interrumpir- dijo bajando del árbol tomando su libro y yéndose.     

– Es un chico genial. ¿No lo crees, Diego? – dijo la Monse.    

– Sí, tienes razón, ¿te hago la movida? – conteste molestándola            

– No, a mí me gusta otro- dijo mirando el piso.      

– Vamos a caminar- dije tomándola de la mano.   

Para los días de visitas no recibía a nadie y la Monse tampoco. Pero Andy recibió una extraña visita… un hombre alto, pálido, de ojos negros, y cabello negro también… al verlo Andy no pudo evitar sonrojarse. Sin que me viera decidí seguirlos…

– Hola, Andy, no has cambiado…   

– ¿Qué quieres, Antonio?, yo no te quiero ver… así que vete- dijo Andy evidentemente molesto.     

– Vengo a eso… a despedirme… lo siento- dijo el joven- Adiós- agrego tristemente… Andy por su parte no contesto. Entonces el joven se alejo rápidamente… luego sopló un leve viento que corrió el mechón de cabello que cubría el ojo derecho de Andy, entonces pude comprobar lo afectado que había quedado con aquella visita; estaba llorando, las lágrimas corrían amargamente por su rostro. Quise acercarme, brindarle mi apoyo, pero me contuve, porque sino él se daría cuenta de que lo había espiando.     

Al llegar a mi habitación Andy se estaba duchando parecía que quería ahogarse ya que nunca salía del baño. Al salir parecía estar bien no hable solo lo mire y continúe con mi tarea.   

– Ponte los lentes- dijo Andy.     

– Ah, gracias- respondí y me los puse.       

Él comenzó a leer, esta vez era el libro “La fuerza de Sheccid”. Con mucho cuidado le pregunte:  

– ¿Estas bien?, te noto algo triste….       

– Es tu imaginación, estoy bien- aseguró Andy.  No conforme con su respuesta lo deje tranquilo. Cuando ya iba por el final de la novela, él comenzó a llorar.

– ¿Estas bien? – dije acercándome.       

– Aléjate, ¿acaso nunca has llorado por el final del libro? – contesto secándose las lágrimas.           

– No, jamás, sé que son ficción- le dije- te dejo solo para que estés tranquilo…- agregué dejándolo solo. La verdad era que aquello era una excusa yo me iría a juntar con Monse.

– Pensé que nunca llegarías- dijo con cierto tono de reproche, Monserrat.      

– Lo siento… es divertido hacerte enojar, ven, caminemos- y la tome de la mano conduciéndola a un árbol.      

– Oye, Pablo… – dijo Monserrat.      

– ¿Pablo?, Soy Diego, ¿lo olvidaste? – dije riendo- ¿quién es?  

– Es… es mi pololo- contesto                     

– ¿Por qué no me contaste?          

– Es que hace una semana me lo pidió y yo acepté- dijo- lamento no haberte dicho- agregó             – No te preocupes, siempre hay algo que uno oculta- dije y luego seguimos conversando.

Al llegar a mi cuarto Andy seguía leyendo. Al verlo me puse a llorar, me acerqué a su cama y lo abracé.

– Suéltame- dijo y al verme la cara agrego- ¿Qué te paso, Diego?            

– Ella esta… esta pololeando- y llore aun más.         

– No te preocupes, estarás bien…- y me abrazó.       

Estuve abrazado a él hasta que me dormí. al despertar estaba solo en la cama.     

– ¡¡¡Andy!!!    

– ¿¡Qué!?- dijo desde el baño.          

– Gracias por lo de anoche… por consolarme                               

– De nada, para eso están los amigos- contesto   

– ¿Me consideras tu amigo?              

–  Sí… ¿y tú a mí?            

– Por supuesto- contesté.                             

Fin Cap. 5

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